29 sept 2010

La huelga general y el humo de los sindicatos


Hoy he vivido, informativamente hablando, mi primera huelga general. La última que recuerdo es aquella de 2002 en la que se luchaba por anular el "decretazo" de Aznar, y que básicamente sirvió para que entre las clases y la visita a Port Aventura de fin de curso (el último curso que estaba en Mataró, por cierto), tuviera un día de descanso. Esta ha sido diferente: sabía los motivos (explícitos e implícitos) de la huelga -y, por tanto, tenía mi propia opinión-, he salido a la calle y, lo mejor, me ha tocado cubrirla desde la óptica del periodista (y, todo sea dicho, desde la onírica posición del becario en prácticas -no remuneradas- que se cree por un día un periodista auténtico... ¡dejadme soñar!). Desde mi escasa práctica en una profesión que se nutre de los discursos y enfrentamientos entre políticos de todo tipo, me he dado cuenta de la calaña moral de los que se erigen portavoces del pueblo y, más que nunca, de los sindicatos y de una parte de la sociedad que engaña y/o se engaña a sí misma con falacias, cuentos, promesas y, en definitiva, humo.

El origen de la huelga ya me parece lo suficientemente sospechoso. Comisiones Obreras y UGT no se han hartado de decir desde que la convocaron que la movilización iría en contra de la reforma social y en defensa de los trabajadores en un contexto tan crítico como el actual: crisis, recortes sociales, paro, etc. Primera pregunta: el día que, el pasado mes de abril, Zapatero anunció la reforma laboral, ¿es cuando aparecieron los 4 millones de parados de España? Cualquiera que se haya mantenido al tanto de la crisis, sabrá que comenzó, como mínimo, en 2008. Dos largos años le han hecho falta a los "defensores de los trabajadores" para darse cuenta de que algo fallaba en el país y que era necesario movilizarse. Mientras, el presupuesto de esas corporaciones gigantes llamadas sindicatos crecía y crecía.

Llamadme conspirativo (adjetivo que se le escupe a cualquiera que dude de la versión oficial), pero al final el que sale beneficiado de todo esto es el presidente del Gobierno (a parte, por supuesto, de CCOO y UGT). La lógica que podría extraerse de estos meses atrás sería la siguiente: a) Zapatero, ante la crisis, se ve obligado a actuar de forma antisocial, contra sus principios; b) los sindicatos, que han comido de la mano del presidente durante sus legislaturas, tienen que hacer algo, pues de ello depende su imagen pública y también la de Zapatero -para que no fuese demasiado evidente la simbiosis gobierno-sindicatos-; c) en una teatral huelga general, CCOO y UGT desafían a "su" presidente, que con esta revuelta social demuestra la "obligatoriedad" desde arriba (Unión Europea) de tan impopulares medidas y que los sindicatos no le eran tan adictos como parecía. ¿Víctima? ¿Salvador? ¿Neoliberal? Las interpretaciones pueden ser muchas.

Pero si algo me enerva es la facilidad que tienen los sindicatos para mentir. "Hoy empieza un día en el que la situación de los trabajadores mejorará". Con más o menos estas palabras ha cerrado la manifestación el delegado de CCOO de Córdoba, Rafael Rodríguez. Lo peor es que había varios millares de personas que aplaudían y asentían sus palabras. ¿Mejoras? ¿Ellos lo van a conseguir? ¿Por qué han esperado tanto tiempo para iniciar esta nueva etapa? A los trabajadores les han prometido menos precariedad; a los jóvenes, más empleo; y a los ancianos, más pensiones. ¿Cuándo vendrá ese día? Considero un auténtico insulto a los 4 millones de parados, a los jóvenes que se lanzan al mundo laboral y a los jubilados que apuran hasta el último céntimo a fin de mes que un grupo de personas que vive de la palabrería, los mítines y las ruedas de prensa se ensalce poseedora de la llave que mejorará la situación de España a partir de hoy. Que se vayan realmente a la calle, se dejen de piquetes, enfrentamientos y amenazas, y ayuden a los trabajadores. Del mismo modo, que vayan a Moncloa y le den la receta del éxito al presidente, que falta le hace. Y sobre todo, que defiendan al trabajador día a día, y que no lo empleen sólo como arma arrojadiza contra el gobierno en el día en que les interesa lavar su imagen y perpetuar su papel social cada vez más inútil y comprado. "Así, no". Y ahora, tampoco.

21 sept 2010

Otoño

Resulta extraño. Toda la vida detestando este periodo del año, con su descenso de las temperaturas (todo lo que pueden descender en un septiembre cordobés...), su aire melancólico y, sobre todo, con el regreso al colegio, instituto o Universidad; y cuando ya no lo tengo que hacer... ¡sorpresa! Lo echo de menos. No es que me guste eso de volver a madrugar (aunque, he de reconocerlo, he madrugado poco durante la carrera gracias al turno de tarde del que he gozado los cinco años) ni de volver a cargar con libros y profesores (hay algunos con los que se carga, desde luego). Pero al menos sabía lo que había: finales de septiembre, vuelta a las clases, saludos y besos, preguntas sobre el verano y, al fin y al cabo, volver a sentarte con esas personas que cayeron casualmente a tu lado en una incómoda banqueta y que poco a poco han ido formando parte de tu vida. Rutina, en definitiva, que te mantiene dentro de un orden y a la que acabas por acostumbrarte e, incluso, termina gustándote.
Pero este fin de verano y comienzo del otoño no será igual. En primer lugar, por las dudas. Dudas sobre el futuro, sobre qué he hecho, qué quiero hacer y, en resumidas cuentas, sobre qué va a ser de uno mismo. Másters, trabajos, idiomas, huelga general anual o iniciarme en la apacible vida de ermitaño son algunas de las muchas opciones que barajo y que siguen sin cuajar en mi desconcertada mente.
En segundo lugar, porque haga lo que haga ya no será "una vuelta", sino una "salida", algo nuevo que iniciar, con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva. Como ya dije en otra entrada -y en otro de mis momentos maniático-paranoico-obsesivo-melancólico- también supone dejar atrás a muchas de las amistades de la Universidad. Sí, es cierto que quien se lo propone puede seguir manteniendo a los amigos de siempre (que me lo digan a mí, que acumulo pocos pero buenos amigos en Mataró, Arjona, Córdoba y, espero, Sevilla), pero el contacto no será el mismo ni en calidad ni en cantidad.
Y en tercer lugar -pongámonos solemnes- porque supone quizás el cambio más importante en la vida de un individuo: el paso de estudiante a la vida laboral. Quizá no se produzcan grandes cambios vitales con el paso de una a otra cosa. Pero el fin de la etapa formativa (si es que acaba ya) supone el precalentamiento para lo que será nuestro modo de vida de aquí a la jubilación (que si sigue así la cosa, será allá por 2060): trabajar, trabajar y trabajar. Dicho de otro modo: buscarse las habas por uno mismo. Y el periodismo no es precisamente la profesión que te permita comprarte las habas más caras del mercado (aunque, seguramente, sí cocinarlas con más gracia que ninguna).

En fin, creo que debo dejar ya de comerme la cabeza. Por cierto, me he autofustigado durante varios minutos por no haber escrito nada durante el verano. Aún así, las visitas a La Trastienda se han mantenido estables y hace tiempo que se superó el umbral de los 2.000 visitantes. ¡Gracias a todos! Seguid firmando por la mujer iraní condenada a la lapidación; sus hijos lo siguen pidiendo y parece que ese país "tan" democrático, plural e igualitario que es el Irán de los ayatolás está cediendo un poco.
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