18 ene 2014

Madrid



Cuánto han cambiado las cosas desde que escribiera mi última entrada en este blog, sobre la 'Generación Perdida'. Desde julio hasta ahora la vida me ha cambiado bastante y, sobre todo, a mejor. De ese negativismo que desprendía hablando de los cientos de miles de jóvenes que han tenido que abandonar España para encontrar un trabajo, ahora puedo escribir desde la enorme satisfacción que da poder decir que tengo un trabajo, uno en el que puedo poner en práctica aquello para lo que me he formado durante años. Y, como guinda, un puesto que me ha dado la oportunidad de vivir en una ciudad como Alcobendas, al ladito de Madrid.

Desde que empezara la carrera, hace más de 9 años (que se dice pronto), tenía clara que el futuro de la ya de por sí deteriorada profesión de periodista en este país estaba en Madrid y, como mucho, en Barcelona. Recuerdo también cómo mirando la resplandeciente Gran Vía desde la azotea del Círculo de Bellas Artes me prometí a mí mismo que algún día llegaría a Madrid para quedarme. Y así ha sido. 

Me apasiona esta ciudad. No será ni la más bonita del mundo, ni la más sofisticada, ni la más colorida, pero tiene algo que habría que valorar por encima de muchas cosas: la acogida. Muchas veces se ha dicho que nadie en Madrid es de Madrid pero, al contrario, me atrevería a decir que todos en Madrid somos de Madrid, si así queremos sentirlo. A muchos extranjeros, quienes comparan la modernidad de Barcelona con el casticismo de Madrid, les he intentado hacer saber que a cosmopolita ninguna ciudad gana a Madrid. 

Siento a Barcelona como mía, pero lo cierto es que una ciudad (y por ende, toda una región) en la que se sigue distinguiendo entre apellidos auténticamente catalanes o mesetarios, en la que muchos hijos de los inmigrantes andaluces, extremeños y del resto de España se sienten cuanto menos avergonzados de sus orígenes y se empeñan en demostrar un catalanismo mayor que el de los catalanes 'de tota la vida', no puede alzarse como ejemplo de cosmopolitismo nacional. 

En Madrid nadie tiene problema en recordar que su familia procede de Jaén, de Murcia, de Galicia o de La Mancha. Unos orígenes que en absoluto chocan con el hecho de sentirse auténticamente madrileños. Igual que no es excluyente sentirse catalán y español o de Villarriba y europeo. El sentimiento de arraigo no depende sólo del tiempo, sino de aquellas personas con las que empieces a echar raíces. Por eso quizás todavía sea pronto para afirmar que me siento madrileño (sin dejar de sentirme catalán, andaluz, español y europeo); pero estoy seguro de que, si todo sigue como hasta ahora (crucemos los dedos y sigamos trabajando), lo podré hacer. 


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